viernes, 13 de febrero de 2009

Un mundo sin fin

En la punta de la aguja había una cruz. Desde el suelo parecía pequeña, pero Caris vio en ese momento que era más alta que ella.
—Siempre hay una cruz en la punta de la aguja —Explicó Merthin—. Es una convención arquitectónica. Aparte de eso, cada prática varía. En Chartres, la cruz tiene una imagen del sol. Yo he hecho algo distinto.
Caris la miró. En la base de la cruz, Merthin había colocado un ángel de piedra del tamaño de una persona adulta. La figura arrodillada no estaba mirando a la cruz, sino hacia el oeste, a la ciudad. Al contemplarlo con mayor detenimiento, Caris vio que los rasgos del ámgel no eran convencionales. La redondeada cara era sin duda femenina y le resultaba familiar, con esos rasgos definidos y ese pelo corto.
Entonces se dio cuenta de que se trataba de su propio rostro.
Se quedó perpleja.
—¿aceptarán que lo dejes? —preguntó.
Merthin asintió en silencio
—Media ciudad ya piensa que eres un ángel.
—Pero yo no —respondió ella.
—No —dijo él con su habitual sonrisa que a ella tanto le gustaba—. Pero tú eres lo más parecido a un ángel que yo haya visto.
De pronto se levantó una ráfaga de viento. Caris se agarró a Merthin.
Él la abrazó con fuerza, aguantándose con segridad sobre los pies separados. La ráfaga remitió con la misma prontitud con que había empezado, pero Merthin y Caris siguieron fundidos en un abrazo, encaramados a la cima del mundo, durante largo tiempo.


Ken Follett

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